10/07/10 - 04:11
En el mundo cada vez hay más equipos con la inteligencia artificial suficiente como para contribuir a distintos tratamientos médicos. Los especialistas debaten qué responsabilidades humanas es correcto que asuman. Cómo son estos robots
En el mundo cada vez hay más equipos con la inteligencia artificial suficiente como para contribuir a distintos tratamientos médicos. Los especialistas debaten qué responsabilidades humanas es correcto que asuman. Cómo son estos robots
Tras años de esfuerzos para inducir empatía en un manojo de cables, los dispositivos diseñados para tranquilizarnos, darnos apoyo y brindarnos compañía están empezando a salir del laboratorio.
Paro, un robot con forma de cachorro de foca de Groenlandia gorjea y bate las aletas cuando se lo acaricia, parpadea cuando se encienden las luces, abre los ojos ante un ruido fuerte y aúlla cuando se lo manipula con brusquedad o se lo sostiene cabeza abajo. Dos microprocesadores colocados bajo su piel artificial blanca adaptan su comportamiento sobre la base de la información que reciben docenas de sensoresque captan el sonido, la luz, la temperatura y el tacto. Levanta la cabeza al oír su nombre, un elogio y, con el tiempo, las palabras que escucha con frecuencia. Paro, cuyo nombre deriva de las palabras "personal robot", es parte de una camada de máquinas que a menudo son extrañas, bastante primitivas y, sin embargo, extrañamente irresistibles.
Para los adictos en recuperación, los médicos de la Universidad de Massachussets están probando un sensor que se lleva en la muñeca y está diseñado para percibir el deseo de consumir drogas y enviar mensajes de texto que ayuden a controlarlo.
Aquellos que añoran un compañero hecho a medida y tienen 125.000 dólares para gastar pueden adquirir una cabeza robótica parlante modelada según la personalidad elegida que se ríe de sus propios chistes y reconoce los rostros familiares.
Los que quieren adelgazar pueden contar con un robot de 40 centímetros con una pantalla táctil en la panza, grandes ojos y voz de mujer que, sentado sobre la mesada de la cocina, les brinda aliento para continuar la dieta después de calcular las calorías que consumieron y los ejercicios que hicieron.
Robots guiados por alguna forma de inteligencia artificial ahora exploran el espacio exterior, lanzan bombas, practican cirugías y juegan al fútbol. Computadoras que funcionan con software de inteligencia artificial responden llamadas de servicio al cliente y derrotan a los seres humanos al ajedrez y, quizá, en los concursos de preguntas y respuestas.
Pero construir una máquina que satisfaga la necesidad humana de compañía resulta más difícil. La inteligencia artificial no puede mantener una conversación que abarque temas variados ni percibir por la expresión que una persona está a punto de llorar. No obstante, los nuevos dispositivos sacan partido de la debilidad innata que muchas personas tienen por los objetos que parecen preocuparse por ellas... o que necesitan a alguien que se preocupe por ellos.
Su llegada a los hogares de ancianos, las escuelas y alguna que otra casa particular alimenta fantasías propias de la ciencia ficción sobre máquinas con las que los seres humanos pueden relacionarse y en las cuales pueden confiar. Y agrega una dimensión personal al debate sobre qué responsabilidades humanas es correcto, o no, que asuman las máquinas.
Paro, por ejemplo, podría ser beneficioso para los pacientes que son alérgicos. No necesita que lo alimenten o lo limpien, no muerde y, en algunos casos, es una alternativa a la medicación, una ayuda para los pacientes deprimidos o difíciles de controlar.
En Japón, se han vendido unos mil Paros a hogares de ancianos, hospitales y consumidores. En Dinamarca, las autoridades de salud pública están tratando de cuantificar su efecto en la presión arterial y otros indicadores de estrés.
Pero algunos analistas de temas sociales ven en la utilización de robots para estos pacientes un signo del descuido que padecen las personas mayores, en especial las afectadas de demencia senil. Conforme mejora la tecnología, afirma Sherry Turkle, psicóloga y profesora del Instituto de Tecnología de Massachussets, cada vez será más tentador reemplazar a los familiares, los amigos o las mascotas reales por Paro y sus congéneres.
"Paro es el comienzo", dijo. "Nos permite decir 'Un robot tiene sentido en esta situación'. ¿Pero lo tiene? ¿Y después qué? ¿Un robot que les lea cuentos a nuestros hijos? ¿Un robot a quien contarle nuestros problemas? ¿Quién de nosotros tendrá suficientes méritos para merecer compañía humana?"
Pero, aunque es lícito plantear que las personas deben aspirar a que sus seres queridos tengan algo más que afinidad emocional con una máquina, algunos sugieren que tales relaciones no son algo tan desconocido para nosotros. ¿Quién no ha fingido interés por otro?
De cualquier modo, dicen algunos aficionados a la inteligencia artificial, la cuestión no es evitar los sentimientos que despiertan en nosotros las máquinas amigas sino dilucidar cómo procesarlos.
"Como especie, debemos aprender a manejar esta nueva serie de sentimientos sintéticos que experimentamos – sintéticos en el sentido de que emanan de un objeto fabricado", dijo Timothy Hornyak, autor de Loving the Machine, libro sobre los robots en Japón, donde la población que más rápido envejece en el mundo muestra creciente aceptación por el cuidado que le brindan los robots. "Nuestra tecnología", sostiene, "se adelanta a nuestra psicología."
Más diestros para producir apego emocional y menos parecidos a un juguete que sus precursores – como Aibo, el perro de metal, o el parlanchín Furby -, estos dispositivos seguramente no reemplazarán a nuestro mejor amigo. Pero, conforme baja su costo de fabricación, podrían competir por un lugar en nuestros afectos.
Los expertos en computación afirman que es un reflejo humano básico tratar a los objetos que reaccionan ante su entorno como si estuvieran vivos, aun cuando sepamos perfectamente que no lo están. Los adolescentes lloraron por la muerte de sus Tamagotchi digitales a fines de los 90 y se sabe que algunos dueños de aspiradoras robóticas Roomba les ponen nombre.
"Cuando un objeto nos responde, despierta nuestros sentimientos, aun cuando estemos absolutamente seguros de que no es humano", dijo Clifford Nass, profesor de ciencias de la computación de la Universidad de Stanford. "Eso nos plantea una pregunta ética: ¿Debemos satisfacer las necesidades de las personas con algo que básicamente las toma por tontas?
La respuesta en parte depende de si uno acepta ser manipulado.
Una voluntaria del MIT se ofreció a probar el prototipo de Autom, un robot que ayuda a adelgazar. Después de bautizarlo con el nombre de Maya y cargar sus comidas y programas de ejercicios en la pantalla táctil, "el robot pasó a ser parte de la familia", contó. La voluntaria bajó cinco kilos.
La compañía de seguros Aetna acaba de anunciar que, una vez que el robot salga a la venta el año que viene, hará una prueba para ver si las personas que lo usan mantienen la dieta durante más tiempo.
Naturalmente, los usuarios de Autom pueden optar por mentir. Pero eso es menos factible con un detector de emociones que se halla en desarrollo gracias a un subsidio de un millón de dólares del Instituto Nacional de Abuso de Drogas y está destinado a los ex adictos que quieren mantenerse alejados de las drogas.
El Dr. Edward Boyer de la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachussets planea probar el sistema, al que califica de "conciencia portátil", con veteranos de Irak. Los voluntarios ingresarán información, como los lugares, las personas y los acontecimientos que despiertan su deseo de consumir, y seleccionarán una serie de mensajes que, en su opinión, serán los más efectivos en un momento de tentación. Luego se colocarán muñequeras que detectan la información fisiológica relacionada con su ansia de consumir. Con una aceleración del pulso no relacionada con el ejercicio, por ejemplo, una señal inalámbrica alertará al celular de la persona. El teléfono a su vez mostrará un mensaje como "¿Qué estás haciendo ahora? ¿Es un buen momento para hablar?" y podría ponerse más insistente si no hay respuesta.
Con unidades de GPS y los algoritmos correctos, tal sistema podría sugerir una ruta alternativa cuando un adicto en recuperación se acerca a lugares donde podría tentarse, como una esquina donde solía comprar droga. También podría mostrarle fotos de sus hijos o reproducir una canción que lo motive.
"Funciona cuando empezamos a verlo como un compañero confiable", dijo Boyer. "Está diseñado para darnos apoyo."
Traducción: Elisa Carnelli
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